Venezuela: Entre el populismo autoritario y la democracia competitiva

En la Venezuela de los comicios presidenciales del 7 de octubre, ganaron todos. Ganó, como es obvio, el Presidente Chávez, que sigue en el poder. Pero también lo hizo la oposición que unificada incrementó sensiblemente su caudal de votos. Y finalmente, ganó la democracia, al menos la electoral; lo cual quedó plasmado en dos demostraciones simultáneas: la primera, una elevada participación, el 81% -nivel éste que sitúa al país vecino entre los sistemas políticos menos abstencionistas del planeta-; y la segunda, una alta competencia entre las opciones partidistas lanzadas a la arena electoral. Ya se sabe: la competitividad es tanto más alta cuanto menor es la distancia en votos que separa a quienes se enfrentan.

 El triunfo electoral de Chávez

Ahora bien, por más ganadores a proclamar, por más triunfos simbólicos que se dieran cita, el vencedor concreto, el que consiguió las mayorías –mecanismo aritmético decisivo dentro del sistema democrático-, fue, qué duda cabe, el señor Hugo Rafael Chávez Frías, quien se alzó con el gobierno, la baza particular que estaba en juego. Lo hizo por un período de seis años adicionales. Y después de haber estado por más de 13 años en el poder;  naturalmente luego de triunfar en tres reelecciones consecutivas.

En consecuencia, ha sido elegido y reelegido para una prolongada suma de períodos que totalizan 20 años. Que no son poca cosa, sobre todo si se trata de un régimen presidencialista en el que por contraste con el parlamentario, el jefe del Ejecutivo, enfrenta normalmente menos controles y menos contrapesos por parte del órgano legislativo. Controles y contrapesos, cuya fuerza y calidad disminuyen aun más en el régimen venezolano, tal como éste ha venido siendo moldeado durante los últimos 3 lustros. Tanto por efecto de las disposiciones constitucionales como por el ejercicio práctico de la política. Un ejercicio en el que se combinan, las complacencias de la propia representación parlamentaria y la presencia dominante del Ejecutivo, en manos del Comandante.

Perpetuación en el poder y derivas autoritarias

En realidad, bajo la era Chávez, el Estado y la política, sin el abandono en ningún minuto del molde democrático–electoral (Chávez ha participado, directa o indirectamente, en por lo menos 13 elecciones), ha adquirido un sello, bajo la impronta personal del propio presidente, en el que se superponen diversas marcas; a saber: a. El deseo de perpetuación personalista en el poder, algo que inevitablemente comporta un cierta dosis de paternalismo salvador; b. Un discurso, a la vez, populista y retador, con el cual se busca la identidad retórica de clase social al tiempo que se pretende asegurar los factores de movilización, pero con el fomento de una subcultura de la confrontación, sobredimensionada respecto del factor–consenso; c. La entrega de poderes y facultades al Jefe de Estado, más allá del los linderos razonables que imponen unas relaciones entre el congreso y el gobierno dentro de un régimen liberal de derecho. Así mismo, la preeminencia notoria del Ejecutivo sobre los otros poderes públicos, incluidos los altos tribunales de justicia; todo lo cual conduce a la concentración del poder, mediante la influencia directa del gobernante.

Son, todas ellas, las marcas que se mezclan en la definición de rasgos no–liberales dentro de una democracia populista, aunque no precisamente plebiscitaria.

Se trata de dos tendencias que se trenzan en esa especie de autoritarismo “progresista”: en primer lugar: un caudillismo de confrontación que, sin embargo, invoca el interés del pueblo desvalido, al que por otra parte consagra una buena porción de los recursos del Estado bajo la forma del gasto social, tal como lo ilustran las llamadas Misiones (en salud, educación y vivienda). Y, en segundo lugar, la transferencia de poderes crecientes al gobierno con el concomitante debilitamiento del poder legislativo; algo parecido a lo que en su momento Guillermo O´Donnell llamara críticamente una “Democracia delegativa”; distorsión política esta que afloraría en la conocida “Ley Habilitante”; mecanismo del que el Presidente Chávez ha hecho un uso inusitadamente amplio y repetido, gracias a las concesiones recibidas de una Asamblea, bajo su control.

Seis años más de Hugo Chávez en el poder harían pensar en la intensificación de estos rasgos populistas y autoritarios. La justificación estaría servida: hay necesidad de profundizar el socialismo del Siglo XXI, tal como el mismo presidente re-electo lo fue soltando después de la victoria, al soplo de los efluvios de entusiasmo que subían desde la multitud. Es decir: más programas sociales pero también una mayor concentración del poder. Al fin y al cabo, el pueblo ha conocido ya una disminución de la pobreza en 25 puntos porcentuales durante la última década. Y, por cierto, la renta petrolera es un recurso suficiente para incrementar el gasto social; aunque, claro, también para mantener el mayor control sobre los resortes del poder.

Democracia electoral competitiva

Si este es un riesgo, no es menos cierto que el sistema político ha mostrado una evolución en un sentido contrario; sentido este del que las elecciones del domingo 7 son una demostración palmaria; tal vez la más destacable, pero no la única ni la primera, pues las últimas legislativas ya constituían un precedente en el crecimiento de la oposición.

Unos comicios presidenciales en los que se enfrentan dos opciones claramente identificadas y diferenciadas, la del presidente y la de la oposición; y en los que el primero gana con el 55% de la votación y la segunda conquista el 44%, materializan un juego político por el poder lo suficientemente competitivo como para hacer pensar en la existencia de un sistema de la representación política, con sus partidos y sus elecciones, vigorosamente pluralista, lo cual constituye la base indispensable para el establecimiento de una democracia electoral. Más allá desde luego del ventajismo, en materia de información, comunicación y recursos materiales, desplegable por quien ostenta el cargo de jefe del Estado.

Dicho de otro modo, lo que las elecciones han dejado ver en Venezuela es el desarrollo de dos tendencias que coexisten contradictoriamente dentro de su sistema político; considerado éste en el sentido más amplio posible;  es decir, como sistema que cubre a la vez las instituciones del Estado y el juego libre de los partidos por el poder.

Mientras en las instituciones del Estado toman curso tendencias favorables a la concentración y a la personalización del poder; en el mundo de la representación y los partidos toman curso las tendencias hacia una mayor competitividad democrática. En las primeras se mueven los desequilibrios no favorables a la democracia liberal; en el segundo, el curso de las cosas es favorable al mayor equilibrio de las fuerzas que cuentan para la disputa por el poder.

Equilibrio y polarización en el sistema político

En el cruce de ambas tendencias contradictorias toma cuerpo un sistema político provisto de un formato de competencia interpartidista que tiende al equilibrio, lo que es bueno para la democracia y sus necesarias incertidumbres; aunque también tendiente a la polarización, lo que ya no es tan bueno para la democracia si, sobrepasando la adecuada diferenciación, incursiona en la exclusión, con sus secuelas de autoritarismo.

De cómo, en los próximos años, el régimen consiga atenuar creativamente sus niveles de polarización, dependerá la posibilidad en manos de las nuevas élites para tranquilizar el proceso en el que se han embarcado o, para decirlo en otros términos, para rutinizarlo institucionalmente hablando; sin disminuir la inversión social; propósitos estos, el gasto en favor de los pobres y la despolarización política, para los cuales podrían ensayar el camino de la construcción de consensos.

Es una posibilidad que quedaría insinuada en las palabras conciliadoras de Chávez, dirigidas a la oposición, a la que extendió en uno de sus arrebatos emotivos, “sus brazos y su corazón”. El problema es que, por otro lado, él mismo pareciera haber creado la necesidad de la polarización y el ataque, como las formas ineludibles y superiores para ocupar el espacio de lo político. Que camine en una u otra dirección será algo que podrá verse en las próximas elecciones, las regionales de diciembre.

Imagen tomada de la página web http://www.eleccionesvenezuela.com