El regreso a la frágil negociación

Ahora que el propio Juan Manuel Santos ha confirmado la veracidad de los rumores que circulaban en torno a contactos directos entre el gobierno y las FARC; que incluso se ha surtido la información según la cual ya está concertada la iniciación de conversaciones formales en Oslo, Noruega, vale la pena preguntarse por qué ahora darían resultados unas negociaciones que en los últimos 30 años (sí: 30 años!) no han hecho más que conducir a desapacibles fracasos para todo el mundo, pero principalmente para la élites en el poder y para el Estado Mayor del grupo armado ilegal.

Las razones del pesimismo                                                                                    Foto tomada de: Confidencial Colombia

En realidad, no hay una razón poderosa que permita pensar en un cambio sustantivo en la voluntad estratégica de una de las partes, o de las dos, para superar el desencuentro estructural que les ha impedido avanzar hacia un acuerdo de paz.

Se trata de un inconveniente insoslayable que, claro, mueve a las Casandras de oficio a repetir el pronóstico sombrío de que cualquiera cosa que no sea el combate militar, llevará al desastre de más guerras o – peor – a entregarle la soberanía al terrorismo o a sus aliados vecinos; aunque por otra parte el combate militar – no abandonado en momento alguno- tampoco haya traído la solución del problema.

Es más: el propio Presidente, empeñado en el nuevo propósito, y quien debiera disponer de un fino radar para palpar las pulsiones y las reacciones de los actores en juego; una antena para detectar los más leves signos que revelaran alguna reorientación auspiciosa en la dirección de la paz; pareciera confiarlo todo, no al control de la situación y sus alternativas de escogencia, sino al albur de un golpe de suerte:

Y si nos sonara la flauta…?! ha exclamado con esa mezcla de interrogante y exclamación de quien, risueño, espera una alianza secreta con los hados del destino, ya que no es dueño de un proceso social, que por lo demás se le escapó a quienes han intervenido en él; pues desataron la guerra para hacer una política nueva, y en lugar de conquistarla, se extraviaron en los meandros del conflicto sin término.

Motivos no le faltarán al Presidente para concederle un buen margen a la suerte, amiga de la incertidumbre, pues los hechos no dan pie, en principio, para las certidumbres de una modificación en la conducta de los actores, base para una negociación seria: ni las élites se han mostrado dispuestas a ejecutar las transformaciones profundas que necesita el mundo rural, ni la guerrilla tiene decidida la deposición de las armas. No que se sepa, al menos; lo cual hace de una negociación una aventura sin puerto de llegada.

Las razones del optimismo

Y, sin embargo…. Y sin embargo, la apertura de conversaciones entre el gobierno y la guerrilla no deja de ser un hecho político de dimensiones, capaz por sí mismo de abrir las condiciones que, afianzadas paso a paso, puedan conspirar en favor de la buena suerte; es decir, de la paz.

Toda negociación, por frágil que parezca, puede abrir caminos insospechados de confianza entre las partes, si estas se avienen a enlazarse en una espiral de gestos recíprocos de cooperación. Es lo contrario de la guerra pura que por sí misma arrastra con hechos progresivos de degradación. Por su naturaleza, la negociación genera un  espacio de interacción, no reducible a una “suma cero”; es decir, a un simple “pierde/gana”. Por el contrario el “gana/gana”, es siempre una posibilidad, si se da paso al intercambio de intereses, y se aplaza la confrontación ideológica.

Es verdad que a nadie le asiste una razón poderosa para alimentar el optimismo, pero hay en cambio razones varias y pequeñas que podrían enderezar una orientación convergente entre los actores principales.

En primer término, ahora es más claro para todos que las FARC llegaron a un punto de práctica imposibilidad, no ya únicamente de tomarse el poder sino ni siquiera de consolidar el avance estratégico que hace 12 años tenían en su horizonte inmediato. Antes, tal apreciación podía ser consistente para muchos, incluidos algunos responsables del Estado, pero no para los jefes guerrilleros. Hoy podría ser, por el contrario, una percepción compartida por estos últimos, lo que ya es importante para la eventualidad de una solución política.

Por otra parte, después de un esfuerzo descomunal del Estado, con la Seguridad Democrática y El Plan Colombia, las FARC no quedaron al borde de la extinción, tampoco acéfalas; por lo que podría haberse modificado la percepción en las élites, en el sentido de no ilusionarse ya con la proximidad de una rendición.

En otras palabras: simétricamente hablando, no llegó nunca  el “fin del fin” de la guerrilla; pero también ésta última dejo de tener avances estratégicos. Fue debilitada pero no derrotada.

Si tanto en las élites gobernantes como en el grupo armado se presenta una auto-percepción acerca de sus respectivas limitaciones para la guerra, habrá siempre la posibilidad de que surjan ofertas positivas de transacción; todo ello en función de un beneficio equivalente y mutuo.

En segundo término, ha sobrevenido una postura inédita en las élites que podría modificar las rigideces del pasado en lo que atañe a los temas de orden programático. El gobierno ha impulsado la aprobación de una ley de víctimas y tierras, algo que concierne a un punto muy cercano a una vieja reivindicación por parte de las FARC; esa misma reivindicación, convertida en el lamento por haber perdido la parcela, los cerdos de corral y las gallinas, ese pequeño universo de la vida agraria y familiar, que les fue arrebatado en alguna de las tantas violencias a los campesinos-guerrilleros; y que Manuel Marulanda, el curtido Tirofijo, reclamara con evocación bucólica pero al mismo tiempo feroz en El Caguán.

Nuevas percepciones sobre sus avances y limitaciones en el orden estratégico, probablemente compartidas por el grupo armado ilegal y por el gobierno, al igual que la aparente disponibilidad para concesiones programáticas, son factores que podrían contribuir a que  le “sonara la flauta” al Presidente y, de paso, a las FARC; pues no hay negociación exitosa si a las partes no les suena la flauta en proporción comparable; es decir, si no sienten que extraen un beneficio sensible, a cambio de lo que conceden.

Artículo Publicado en Semanario Virtual Caja de Herramientas. Edición N° 00318 – Semana del 31 de Agosto al 6 de Septiembre de 2012

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